Amarre

Supongo que en aquel momento no pensé en las consecuencias de lo que iba a hacer. Estaba tan locamente enamorada de él, que lo único que quería era no perderle. Llevaba un tiempo distante, quizás algo más frío y yo temí lo peor. Siempre había sido muy independiente pero, desde hacía algún tiempo, le sentía muy lejos de mí. Traté de hablar con él, de saber cuál era la razón real de aquel cambio pero, ante sus evasivas, busqué otro tipo de soluciones. Todos tenemos épocas algo más apáticas, épocas en que necesitamos tener nuestro espacio y una dosis de soledad. No supe interpretar esas señales y mis sentimientos hacia él, me hicieron ver fantasmas donde no los había. Pensé que en cualquier momento iba a dejar la relación, pensé que quizás existía otra mujer o que simplemente ya no sentía lo mismo que yo por él.

No recuerdo quien de mis amistades me presentó a Agatha, pero por aquel entonces vi en ella una tabla de salvación. Agatha era lo que comúnmente llamaríamos una bruja. Desde luego, nada que ver con las brujas que vuelan en escoba y que realizan hechizos con culebras y ojos de lagarto. Lejos de semejantes leyendas y tópicos, Agatha era una bruja moderna, una mujer normal pero con conocimientos extraordinarios sobre magia y alquimia. ¿Quién mejor que una bruja para darme algún remedio para retener a mi pareja a mi lado?, pensé. Cuando hablé con ella, Agatha fue muy clara.

-No se debe jugar con la magia. Lo que tú me pides es que te enseñe a hacer un amarre.
-¿Amarre? Pregunté desconociendo por completo donde me estaba metiendo.
-Sí. Un amarre es un ritual mágico pensado para retener para siempre al hombre o a la mujer que amas. Pero, los amarres nunca deben hacerse de forma inconsciente.
-¿Por?
-Los amarres pueden ser para siempre. Si tú haces un amarre a un hombre y luego te cansas de él y le dejas, ¿has pensado cuáles serían las consecuencias?
-Pues no. Contesté yo tratando de ver la parte negativa de algo que por aquel entonces me parecía perfecto.
-Ese hombre no va a dejar de quererte en la vida y, dependiendo de la persona, las reacciones pueden ser diversas. Puedes dejar tras de ti a un hombre hundido y abatido por el desamor o, a lo peor, a un psicópata dispuesto a todo por recuperarte.

Lo cierto, es que yo estaba tan ciega y tan obsesionada por retener a Miguel a mi lado, que no quise ver la realidad de lo que iba a hacer. Según me contó Agatha existían dos tipos de ritual; el primero duraba aproximadamente un año y el segundo, era para toda la vida. En ambos casos, el ritual debía hacerse durante la luna nueva.

-Yo de ti haría el primero. Siempre estás a tiempo de realizar el segundo y así, al menos, te curas en salud.
-Está bien pero, de todos modos, explícame como hacer los dos. Contesté yo pensando que si uno no surtía efecto iba a aplicar el otro, sin dudarlo.
- Bien, el primero es bastante sencillo. Debes tomar el polvo que se desprende tras limar tus uñas y dáselo a beber mezclado en alguna bebida. Recuerda, siempre debe hacerse durante la luna nueva. No olvides que este hechizo tan sólo puede aplicarse a la misma persona tres veces en la vida. De hacerlo una cuarta, el efecto sería el contrario al deseado.
-Entiendo. ¿Y el segundo hechizo?
-No sé si debería dártelo. Creo que en estos momentos no eres objetiva y temo que cometas un error.
-Agatha, te prometo no usarlo salvo que esté muy segura.
-De acuerdo. En este caso debes tomar un poco de sangre de tu primer día de menstruación y dárselo a beber mezclado también en una bebida. Nuevamente debes hacerlo durante la luna nueva. Pero…no te aconsejo que lo hagas. Incluso si pasas toda tu vida con él ¿has pensado lo que puede suponer estar con alguien que quizás tan sólo te quiere por un hechizo? A mí, tan sólo la duda me destrozaría.
-Comprendo pero… en el primer caso también sería así ¿no?
-Sí, pero como el efecto es caduco, tienes la posibilidad de ver la realidad cuando el hechizo deje de hacer efecto. Además, sólo puedes usarlo tres veces.
-Entiendo.

Pese a todas sus advertencias yo sabía en mi interior que iba a hacer todo lo posible por que Miguel no me dejase jamás. De hecho, sólo llegar a casa consulté en Internet un calendario lunar. Afortunadamente, la próxima luna nueva estaba a punto de empezar y eso iba a ocurrir a partir de las diez de la noche del siguiente sábado.

Debían ser las once de la noche cuando me ausente por unos instantes de la barra del bar. Dejé a Miguel con el grupo de amigos y me fui al baño. Una vez allí, tomé el viejo pastillero de mamá, lo puse sobre el mármol y con la lima, fui limando mis uñas lentamente sobre él. La parte más sencilla ya estaba hecha; ahora venía lo peor. Volví a la barra con el firme propósito de volcar aquel polvo sobre su copa. Miré atentamente la situación que las distintas copas y botellas tenían en la barra, con el fin de no equivocarme y pensé cual era la forma más fácil y discreta de llevar a cabo aquella acción. Abracé y besé a Miguel, asegurándome que diese la espalda a la barra y por detrás, con sumo cuidado, volqué el contenido del pastillero sobre su bebida. Ya estaba hecho, pensé. Pero algunas veces, las cosas no salen como una quiere, y aquel día no iba a ser la excepción.

-Miguel, te cojo un sorbo ¿vale? Dijo Lucía tomando el vaso entre sus manos y bebiendo un trago.
-Yo, con tu permiso, también le pego un trago. Añadió Jaime, el novio de Lucía.

Aquella terrible eventualidad no había entrado en mis cálculos. ¿Cuáles iban a ser las consecuencias? Volví acalorada al baño y llamé a Agatha.

-¿Qué has hecho qué? Exclamó Agatha desde el otro lado del teléfono.
-¿Qué puede pasar? ¿Hay forma de remediarlo? Pregunté seriamente contrariada.
-Que yo sepa…no. La verdad es que nunca me había encontrado con un caso así.
-¡Joder! ¡Vaya marrón!... ¿Y ahora qué hago?
-Lo único que se me ocurre es que trates de evitar a esa pareja durante…algo así como ¿un año?
-Eso no es posible. Jaime es el mejor amigo de Miguel.
-Por cierto, ¿Qué ha pasado con esa copa después?
-Pues…sigue allí.
-Yo de ti la controlaría. ¿Acaso quieres que acabe media discoteca enamorada de ti?

Colgué el teléfono y salí a todo correr hacía la barra. Miré la barra tratando de averiguar cuál era la copa de Miguel. No tenía ni idea.

-Miguel… ¿Cuál es tu copa?

Miguel se giró y miró la barra.

-No tengo ni idea. ¡Jaime!, ¿Dónde has dejado mi copa?
-En la barra. Exclamó Jaime desde la otra punta.
-Me temo que no sé cual de ellas es. Bueno, para el caso. Tampoco creo que ninguno de estos me vaya a pegar nada a estas alturas de la vida.

Un extraño sudor frío recorrió mi espalda. Cualquiera de aquellos vasos podía ser el suyo y cualquiera de nuestros amigos podía acabar bebiendo de él. Encima, para mayor desgracia, el ni tan siquiera había bebido del vaso tras poner el polvo de uñas. Desesperada, opté por una solución algo radical. Tomé mi bolso y, simulando un aparatoso accidente, lo arrastré por toda barra volcando una a una, todas las copas que estaban allí.

-¿Pero qué coño haces? Preguntó Miguel sobresaltado.
-¡Has volcado todas las copas! Exclamó Carolina tratando de secar su brazo.
-Lo siento. No me he dado cuenta que tenía el bolso sobre la barra y…

Todos me miraron como perdonándome la vida. No era de extrañar, al precio que iban las bebidas, no era para menos. Pero lo peor de noche todavía estaba por llegar.

Creo que debían ser como las dos de la mañana cuando empecé a notar las extrañas miradas de Lucía y de Jaime. Aquello no pintaba nada bien. Traté por todo los medios de convencer a Miguel de que era tarde y de que quería volver a casa, pero no hubo forma. Pasados algunos minutos Lucía se acercó a mí.

-Nunca me había fijado bien en tus ojos. ¿Sabes que tienes unos ojos verdes preciosos? -Ya…bueno. Dije agobiada.

Sentía como su mirada recorría lentamente todo mi cuerpo. Era tan extraño el sentirse acosada por una mujer que no sabía muy bien como actuar. Entonces, para complicar aun más la historia Jaime también se acercó.

-¿Qué hacen las mujeres más guapas de esta discoteca?
-Le estaba diciendo a Alicia que hoy está guapísima ¿no crees?
-Pues sí. Me alegro que seas tú quien lo digas. Seguro que si lo digo yo me llevo una bronca de las de antología.
-Oye, Jaime. Yo estoy cansada y antes he oído como Alicia le decía a Miguel que tenía ganas de irse. ¿Por qué no vuelves con Miguel y yo me voy con Alicia ahora?
-No…si yo estoy bien…de veras. Contesté tratando de salir de aquel embrollo.
-Se me ocurre algo mejor. ¿Porqué no seguimos los tres la fiesta en mi casa? Dijo Jaime cogiéndome por la cintura y deslizando su mano izquierda hasta mi culo.

De un brinco me separé de ambos. Miguel, que aunque en la distancia se percató perfectamente de la maniobra de Jaime, se acercó y, sin mediar palabra, le dio un puñetazo a Jaime en todos los morros. Entonces Jaime se incorporó y haciendo uso de su ácida ironía le dijo:

-¡Que pasa! Pasas de ella toda la noche y cuando los demás le tiramos los tejos reaccionas ¿no?
-¿Los tejos? Dijo Lucía volviendo momentáneamente en sí.
-Bueno…quería decir…

Propinándole una bofetada a Jaime, Lucia se fue corriendo a la otra punta de la discoteca con los ojos llorosos y Jaime detrás de ella.

Aquello se había complicado demasiado, pensé. Cabizbaja miré a Miguel a los ojos dispuesta a confesarlo todo. Quizás, si el sabía lo ocurrido, podríamos actuar en consecuencia y podría así evitar que una amistad de años acabase rota. Me sentía fatal.
En ese preciso momento, llegó un mensaje a mi móvil. Era un mensaje de Agatha. En cuanto pude separarme un poco de él, lo leí.

La única forma de paliar los efectos de tu hechizo es que tus amigos tomen polvo de uñas de su pareja hoy mismo.

Ahora sí que iba a necesitar la ayuda de Miguel, pensé. Conseguir polvo de las uñas de Lucía parecía algo relativamente sencillo, pero conseguirlo de Jaime…Entonces, una idea descabellada pero perfecta vino a mi mente. ¿Y si les contaba a todos como era aquel ritual y les proponía a modo de juego veraniego hacerlo con sus parejas? Lucía y Jaime seguro que se apuntaban, y más después de aquel episodio y si encima se apuntaba Miguel, la jugada era redonda. Ni corta ni perezosa, reuní al grupo de amigos y propuse a modo de juego, realizar aquel ritual. Tal y como había pensado Lucía y Jaime lo hicieron de buena gana, al igual que alguna otra pareja del grupo y Miguel, afortunadamente, tampoco dudó en llevarlo a cabo. El desmadre vino después, cuando algunos de nuestros amigos empezaron a verter polvo de sus uñas en los vasos de las chicas que estaban por allí. ¡Ni que se tratará de afrodisíaco!, pensé.
Era tarde, estaba cansada y había tenido ya suficiente magia por aquel día. Lo que hiciese el resto de gente, ya me daba igual.

Mañana se va a cumplir un año desde el ritual y no puedo evitar tener un cierto miedo a descubrir que el amor que siento por Miguel y el por mi quizás, no sea real. Sin embargo, hay algo que tengo muy claro y es que, pase lo que pase, jamás volveré a usar la magia con él.